Escucha sus gemidos, a mitad de camino entre la llovizna de Zufriategui y la oscuridad que resplandece dentro del predio.En su letanía de incoherencias, de zapatos gastados, de carros vacíos y ausencias llenas, sólo puede pensar en que él debiera leer. Y si pudiera leerle, le leería:
La vida puede ser sentida como una nausea en el estómago; la existencia de la propia alma, como una molestia muscular. La desolación del espíritu, cuando se la siente agudamente, produce mareas, desde lejos, en el propio cuerpo, y duele por delegación.
Soy consciente de mí en un día en que el dolor de ser consciente es, como dice el poeta, languidez, mareo y angustioso afán.
Pero ni leerle puede. Y bebe vino del malo y pastillas de las que lo hacen artificialmente bueno. Hasta que le llega el sueño.
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